Durante más de un siglo, el plástico representó innovación, modernidad y progreso. Su aparición transformó industrias, abarató costos y facilitó la vida cotidiana en todo el planeta.

El plástico: Origen de una revolución que cambió al planeta
En 1863, la búsqueda de un sustituto para el marfil impulsó el nacimiento de un material que transformaría la historia: el plástico. El inventor John Wesley Hyatt perfeccionó el celuloide, un derivado de la celulosa nitrada, capaz de imitar la apariencia del marfil. Su creación permitió fabricar peines, bolas de billar y teclas de piano, objetos antes reservados a las élites, marcando el inicio de una nueva era industrial.
Lo que comenzó como un intento por proteger a los elefantes se convirtió en una revolución que cambió la vida moderna. La publicidad de la época celebraba este avance como una solución ecológica y accesible, capaz de reemplazar materiales naturales escasos. Sin embargo, el entusiasmo inicial ocultaba un riesgo importante: la alta inflamabilidad del celuloide, que provocó accidentes y evidenció que la innovación también podía traer consecuencias inesperadas.
La expansión global del plástico
Durante la Segunda Guerra Mundial, el plástico se convirtió en un recurso indispensable por su resistencia y bajo costo. Su versatilidad permitió fabricar paracaídas, recubrimientos y piezas de aviones, lo que impulsó su producción a gran escala. Al terminar el conflicto, la industria trasladó esa capacidad al mercado civil y llenó los hogares con envases, utensilios y prendas, promoviendo una cultura basada en la comodidad y el consumo rápido.
Con el tiempo, la dependencia del plástico generó graves consecuencias ambientales. La durabilidad que lo hacía tan útil lo transformó en un contaminante persistente que afecta ríos, mares y suelos. Lo que antes simbolizaba progreso hoy representa una de las mayores amenazas globales, recordando que la innovación sin control puede volverse un riesgo para el planeta.
De símbolo de progreso a crisis ambiental
A mediados del siglo XX, la industria impulsó la cultura de lo desechable y presentó el plástico como símbolo de modernidad y confort. La producción creció sin control, mientras el reciclaje no logró seguir el ritmo del consumo. Los microplásticos ya contaminan el agua, los alimentos y hasta la sangre humana, evidenciando su impacto directo en los ecosistemas y en la salud.
El costo ambiental y social del plástico recae sobre las comunidades y los ciudadanos. Quienes viven cerca de las fábricas enfrentan mayores riesgos por la exposición a químicos peligrosos, mientras los consumidores asumen los gastos del reciclaje y la limpieza.
Petramás y el compromiso con un futuro sostenible
En Perú, Petramás impulsa soluciones concretas para reducir el impacto del plástico y otros residuos sólidos sobre el medio ambiente. A través de una gestión responsable, la empresa convierte los desechos en energía limpia, demostrando que la sostenibilidad puede integrarse a la productividad sin comprometer el desarrollo económico.
La compañía apuesta por tecnologías que promueven la economía circular y el aprovechamiento energético de los residuos. Sus plantas de tratamiento y rellenos sanitarios generan electricidad a partir del biogás, evitando la emisión de miles de toneladas de gases de efecto invernadero. Estas acciones fortalecen el compromiso con la innovación y la protección ambiental.
El trabajo de Petramás refleja una visión empresarial alineada con los desafíos globales del plástico. Al transformar los residuos en recursos, la empresa peruana demuestra que el cambio hacia un modelo sostenible es posible. Su liderazgo representa un ejemplo de cómo la responsabilidad ambiental puede generar un impacto real y duradero en la lucha contra la contaminación.
Conozca más sobre Petramás y su fundador, Jorge Zegarra Reátegui, en los siguientes enlaces: